Hasta ahora 47 personas sin vida y 150 municipios afectados en el país muestran el impacto de la lluvia atípica en comunidades de cinco entidades donde aún se observan viviendas inundadas, deslaves, caminos colapsados y comunidades incomunicadas.
Pero en medio del dolor, una vez más, lo mejor del país sale a flote: la solidaridad de los ciudadanos. Son vecinos, jóvenes, comerciantes, transportistas y colectivos quienes, sin esperar nada a cambio, organizan centros de acopio, donan víveres, forman brigadas y ayudan en la limpieza de calles y hogares anegados. Esa reacción espontánea, sin protocolos ni protagonismos, es el verdadero rostro de México en los momentos más difíciles, así lo dice la historia.
Durante el fin de semana pobladores reclamaron la ausencia o pasividad de los presidentes municipales quienes priorizaron el control del discurso en redes antes que la atención directa a sus comunidades. En contextos como estos, se requiere mucho más que comunicados: se necesita presencia, sensibilidad y liderazgo. Estar con la gente, escucharla y actuar de inmediato y con empatía es lo mínimo que se espera de quien ostenta un cargo público.
Un tema que año con año, temporada de lluvias tras temporada y desafortudsnente tragedia tras tragedia es la construcción en zonas irregulares o de alto riesgo. No es casualidad que muchas de las viviendas afectadas estén ubicadas en laderas, cauces de ríos, barrancas o áreas que ya habían sido señaladas por distintas autoridades. Pese a ello, por necesidad o por omisión de las autoridades, esos asentamientos siguen creciendo.
Evitar nuevas tragedias exige que las autoridades de los tres niveles de gobierno trabajen con responsabilidad. No se puede seguir permitiendo la urbanización desordenada, ni hacer como que no se ve cuando las casas se levantan en terrenos inestables.
Es fundamental reforzar la planificación urbana, revisar y actualizar los atlas de riesgo, y sobre todo, aplicar la ley sin excepciones, incluso cuando eso implique decisiones difíciles o impopulares.
El clima extremo será cada vez más frecuente, y eso no lo podemos controlar. Pero lo que sí está en nuestras manos —y sobre todo en las de quienes gobiernan— es prevenir, ordenar y proteger la vida de las personas antes de que sea demasiado tarde.