En la política mexicana las cifras son contundentes: Movimiento Ciudadano (MC) ya no es un actor menor. Tras las elecciones federales de 2024 y los comicios locales en distintas entidades, el partido naranja gobierna dos estados clave —Jalisco y Nuevo León—, cuenta con 27 diputaciones federales, 6 senadores, y en Puebla conquistó más de 9 presidencias municipales, además de obtener diputaciones plurinominales locales y decenas de regidurías. Es decir, pasó de ser un partido de “acompañamiento” a convertirse en una tercera vía con peso real en el tablero político nacional.
El impulso de Jorge Álvarez Máynez, quien logró cerca del 10% de la votación presidencial en 2024, y la figura de Luis Donaldo Colosio Riojas, han posicionado a MC como un espacio atractivo para los electores jóvenes y para ciudadanos que ya no creen en los viejos partidos. El discurso fresco, las campañas austeras y la apuesta por candidaturas con perfil ciudadano lograron conectar con sectores desencantados de la política tradicional.
Sin embargo, el crecimiento también trae consigo un riesgo evidente: la contaminación de MC con figuras de la vieja política. El caso más claro es el de Néstor Camarillo, exdirigente priista en Puebla y ahora senador en la bancada naranja. Su llegada, aunque fortalece a MC en números, envía un mensaje contradictorio: el partido que se vende como la opción de los ciudadanos cansados termina abriendo la puerta a los mismos políticos de siempre.
En Puebla, la dirigencia de Fedrha Suriano Corrales ha intentado consolidar una estructura más ciudadana, impulsando perfiles locales y frescos que han dado resultados en municipios y en el Congreso. Pero el ingreso de actores reciclados plantea una pregunta inevitable: ¿Movimiento Ciudadano quiere ser la casa de los ciudadanos o el refugio de quienes ya no encuentran cabida en el PRI, PAN o PRD?
A esto se suma un problema de fondo: los intereses nacionales del partido terminan afectando el trabajo de los comités estatales. Mientras desde la dirigencia nacional se toman decisiones con miras a la agenda presidencial y a la proyección mediática, en los estados muchas veces se sacrifican liderazgos locales, se imponen candidaturas y se frena el crecimiento natural de los cuadros ciudadanos. La tensión entre la lógica nacional y el esfuerzo territorial puede minar la confianza de quienes, desde abajo, buscan construir un verdadero movimiento ciudadano y no solo una franquicia electoral.
El reto para MC es claro: demostrar que su discurso no es solo marketing político. Gobernar bien en Jalisco y Nuevo León, consolidar su bancada legislativa y mantener coherencia en los estados será la prueba de fuego. Si lo logra, podrá crecer en 2027 y 2030 como una alternativa real de poder.
Pero si cede a la tentación de seguir reciclando políticos, si deja que los intereses nacionales asfixien a los liderazgos estatales, y si convierte al naranja en un refugio de la vieja política, Movimiento Ciudadano terminará traicionando su propia bandera. En ese escenario, no sería la tercera vía que México necesita, sino simplemente otro partido más, pintado de naranja, pero con las mismas mañas de siempre.
Y aquí la gran pregunta… ¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?
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