Durante décadas, recibir un Doctorado Honoris Causa representaba uno de los más altos reconocimientos a la trayectoria académica, cultural o social de una persona. En México, grandes escritores, científicos y activistas fueron distinguidos con este título honorífico. Sin embargo, en los últimos años, el valor simbólico de esta distinción se ha degradado hasta convertirse, en muchos casos, en un simple trofeo de vanidad política.
En Puebla, políticos de todos los colores han presumido en redes sociales o en actos públicos la obtención de este título. Presidentes municipales, presidentas del DIF, diputados locales, líderes sindicales e incluso funcionarios menores han recibido “doctorados” que poco o nada tienen que ver con méritos académicos o aportaciones a la sociedad.
Lo alarmante no es sólo la frivolidad con la que se ostentan estos reconocimientos, sino la forma en que se obtienen. Hoy, con apenas 30 o 35 mil pesos y sin necesidad de comprobar una trayectoria académica o profesional de relevancia, cualquier persona puede acceder a esta distinción. Existen supuestas “universidades” que, bajo la fachada de instituciones internacionales, venden estos títulos en ceremonias llenas de pompa: togas, birretes, alfombras rojas y fotografías oficiales. Todo un montaje diseñado para inflar el ego de quien paga por el reconocimiento.
En Puebla, nombres como Paola Ruiz García, Yadira, Valentín Medel o Marina Hernández García (presidenta del DIF municipal en Hueyapan) fueron distinguidos con “doctorados” otorgados por el llamado Claustro Doctoral de la Universidad SIATI SABED, institución que en su página oficial ni siquiera se ve que cuente con validez oficial. Estos títulos se han entregado incluso en recintos públicos como el Congreso local, lo que añade mayor polémica.
El problema va más allá de lo anecdótico: refleja una cultura política obsesionada con las apariencias y la simulación. Mientras los municipios enfrentan problemas de inseguridad, falta de servicios públicos o corrupción, sus autoridades destinan tiempo y recursos a conseguir títulos vacíos que sirven únicamente para engrosar su ego o su propaganda política.
A esto se suma otro fenómeno: personajes que han hecho del Honoris Causa un auténtico negocio, adulando a los políticos en turno para conseguir beneficios personales. Muchos de ellos se presentan como “grandes conocedores de la cultura y las artes”, cuando en realidad han sido señalados por aprovecharse de sus cargos y relaciones para obtener lucro y prestigio falso.
La pregunta es: ¿qué tanto valor tiene hoy un Doctorado Honoris Causa en México? Si cualquiera con recursos puede comprarlo, ¿no se convierte en un simple accesorio de vanidad? En este contexto, la distinción deja de ser un reconocimiento al mérito para transformarse en un símbolo de simulación y negocio.
Quizá ha llegado el momento de que la sociedad y las instituciones académicas de prestigio levanten la voz para diferenciar los reconocimientos reales de los que son meras compras de aparador. Porque de lo contrario, seguiremos viendo desfilar a políticos poblanos y mexicanos presumiendo un título que, lejos de honrarlos, exhibe su necesidad de aparentar lo que no son.
Y aquí la gran pregunta… ¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?
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