Este 1 de junio no es un día cualquiera. Es la primera vez en nuestra historia que el pueblo podrá elegir directamente a quienes formarán parte del Poder Judicial. Y eso no es poca cosa. Por años, la justicia en México ha estado en manos de una élite intocable, cerrada a la ciudadanía, alejada de la realidad. Esta elección es un parteaguas.
Elegir a jueces, magistradas y ministras no es un capricho. Es una exigencia legítima de millones de mexicanas y mexicanos que hemos visto cómo el sistema judicial ha servido, demasiadas veces, a los intereses de unos cuantos y no al pueblo. Hoy, tenemos en nuestras manos la posibilidad de cambiar eso.
No se trata solo de participar por participar. Se trata de hacernos responsables de nuestro derecho a tener un Poder Judicial verdaderamente representativo, con rostros y trayectorias que respondan a las necesidades reales del país. Porque la justicia, cuando se administra desde la distancia, se vuelve impunidad.
Sí, hay quienes están incómodos. Quienes dicen que el pueblo “no sabe elegir”. Quienes temen perder privilegios, posiciones heredadas o pactadas en lo oscuro. Pero la democracia no se les consulta a los poderosos. Se ejerce. Y esta vez, se ejercerá en las urnas.
Votar el 1 de junio es más que marcar una boleta: es decirle al país qué tipo de justicia queremos. Es elegir impartidores de justicia que comprendan lo que es vivir en carne propia la desigualdad, que no miren con desprecio a quien no tiene un apellido poderoso, que sepan que la ley también debe proteger a los de abajo.
Esta elección es una herramienta para dignificar al Poder Judicial. Para que deje de ser una trinchera de impunidad y se convierta en una institución al servicio del pueblo. Y como toda herramienta democrática, funciona solo si la usamos.
No dejemos que otros decidan por nosotras y nosotros. No permitamos que la apatía sea más fuerte que la esperanza. Esta cita con la historia es nuestra. Y esta vez, sí nos toca decidir a quién le damos la autoridad de impartir justicia en nuestro nombre.
Porque ya no queremos jueces que ignoren el sufrimiento, ni magistradas que se escondan detrás del escritorio, ni ministros que frenen lo que el pueblo ya decidió. Queremos justicia real. Queremos dignidad. Queremos transformación.
Y el primer paso para lograrlo es salir a votar. Este 1 de junio. Todos. Todas.
Porque la justicia también se elige. Y la historia también se escribe desde las urnas.